Llevo un tiempo dándoles vueltas al asunto y todavía miro anonadado los pocos progresos en el crecimiento florar del césped artificial de las zonas comunes de mi comunidad de vecinos. La verdad es que siempre luce lustroso y verde como el primer día y parece que las vicisitudes del invierno no le pasan poca factura. Sin embargo, echo de menos que crezca algún trébol de vez en cuando con el que poder crear fantasías con mis hijos.
He estado hablando con el servicio de jardinería de la comunidad de propietarios y me dice que el mantenimiento del césped artificial es el correcto. Yo le veo que lleva a cabo un cepillado periódico. Cepilla las fibras y le da con la manguera, pero debe de regar poco, porque muchos tréboles de cuatro hojas no crecen…
También me han dicho que el césped idóneo para una comunidad de vecinos es el decorativo, ya que requiere menor mantenimiento. Sin embargo, nada me quita de la cabeza que algo no va del todo bien si tan siquiera veo una mísera margarita.
Sinceramente, creo que los fungicidas que le echan de vez en cuando para que no le afecte la humedad están haciendo mella en la biodiversidad del jardín. Si bien aprecio la vigorosidad del césped artificial y su fulgurante verdor, unas cuantas florecillas en él tampoco estarían mal.
Me he estado informando en Internet y creo que, si consigo que el jardinero lo deje una temporada sin vigilancia, a la larga puede crecer alguna plantita no sintética, porque, donde yo vivo, antes todo era campo.
Este problema es algo muy serio para mí, que velo por el buen estado de las zonas comunes. Los tréboles y las margaritas son bonitos y reivindico su presencia en las zonas de césped de la comunidad, especialmente al lado de la piscina.
Por ello, he iniciado una protesta vecinal en contra de lo recomendado por el Administrador de Fincas. Desde aquí aviso que mi primer paso va a ser organizar una barbacoa a la que todos los vecinos estén invitados. El objetivo es aproximar al máximo la barbacoa a la superficie verde. Si bien sé que no va a arder porque el césped artificial es ignífugo, una dosis de altas temperaturas me va a venir muy bien para desgastar sus filamentos.
Además, en la barbacoa contaremos con el mobiliario de mi casa a falta de muebles de jardín. El objetivo es que todos nos sentemos plácidamente y lo arrastremos cuando queramos mover las sillas y mesas. Con un buen arrastre, seguro que consigo alguna calva en el flamante césped.
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Lo de regarlo y cepillarlo a contrapelo, mejor dejo que el jardinero lo siga haciendo. Aunque sepa que eso alarga la vida del césped artificial, me gusta estar fresquito cuando me tumbo en los meses de verano. Aunque tampoco descarto saboteárselo en otoño para conseguir que las hojas secas y la lluvia creen nuevas civilizaciones, al estilo de las de las humedades en las paredes.
Creo que todos mis vecinos estarán contentos con esta iniciativa. Si ya dejo entrar en faena al niño de la canica, me puede salir redondo. Lo ideal sería reclutarle como lacayo en mi sabotaje y hacerle pasar mucho tiempo en las zonas comunes para que sean los gnomitos del jardín los que sufran el clan-clan de la dichosa bolita todo el día.
En definitiva, puede que tener un césped artificial reduzca los costes de mantenimiento y puede que con él se consiga un jardín verde todo el año, pero como amante de la naturaleza y de las tardes deshojando margaritas y descifrando la morfología de las nubes me manifiesto completamente en contra de este invento.
¿Qué opináis? ¿Sois defensores del césped artificial o enérgicos detractores como yo?
Fotografía vía Pinterest
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